Un día de vacaciones me detuve en una posadita para descansar el cansancio del camino, luego de haberme instalado bajé un rato a tomar una taza de café caliente y estando sentada en el porchecito de la posada, encontré a dos compadres contando sus leyendas. El que estaba más curado en años (el mayor) comenzó su historia: Javier hombre culto y dueño de una hacienda de los llanos venezolanos, se había casado con una joven mujer muy bella a quien había conocido por allá, Apure adentro, ¡bien adentro, compae! una muchacha virginal, sin perversidad, de una belleza serena, ¡ija! ¡Que belleza!

Su matrimonio comenzó viento en popa, ya que la candidez que la envolvía hacía que Javier día tras día anhelara estar entre sus brazos, la fogosidad que le caracterizaba hacía palidecer al más ardiente de los Don Juanes de los cuentos y novelas. El brillo se fue opacando y la magia fue acabándose, claro ? una chica sin malicia, no lograba calmar ese apetito que tenía Javier y que le brindaran otras, sobre los placeres del amor-, y, como hombre de pelo en pecho, salió en búsqueda de nuevas aventuras, nuevos caminos, otra dimensión, para toparse con una ardiente moza de las afueras, una que le proporcionaba lo que el tanto anhelaba en la cama, entre su cuerpo sediento de mucho amor; finalmente y después de unos meses se convertirían en amantes.

Una noche se le accidentó su 4 x 4 y se bajó a revisarlo, no comprendió lo que sucedía porque lo había llevado al taller y estaba como nuevo; no obstante, al ver que no podía hacer nada comenzó a caminar en busca de alguien que le ayudara, en el camino encontró a una mujer de bella silueta, que parecía elevarse del suelo -pensó que era su imaginación- sin embargo, el sintió un deseo irresistible que lo incitaba a caminar detrás de ella y prosiguió, la imaginaba bella, hermosa?seductora, eso era sentía la seducción 



de su cuerpo en su piel, adentro, profunda...
pero, en medio de su apuro, reaccionó y recordó lo que tenía que hacer olvidándose de esta mujer.

Al cabo de unos días, se volvió a accidentar en el mismo lugar, -caviló por unos segundos- casualmente era el mismo sitio donde su Laredo se había detenido hacía unos días y de nuevo intentó buscar a alguien que le auxiliara, hasta que divisó en la lejanía a esta mujer de cuerpo subliminal. Por lo que deseó alcanzarla, ¡esta vez iría detrás de ella! sus deseos se acrecentaban en la medida que no la podía alcanzar, más y más; sentía una exaltación que no lograba comprender, la imaginaba envolviéndola entre sus brazos en una cama, veía su cuerpo desnudo que parecía estar flotando, su cuerpo perfecto, como una diosa.

A lo lejos un lobo, ¿un lobo se preguntó?? llegó a un campo que parecía vacío, no veía nada, absolutamente nada ?de pronto- tropezó con algo, era una tumba? una tumba? sintió terror, sus piernas temblaban y comenzó a llamar a la mujer ?¿Dónde estás? gritaba, - ¿Dónde estás? Ella apareció de pronto por los lados donde estaba ese lobo, pero no sintió temor, y corrió detrás de ella; su deseo era tan grande que no se había fijado que estaba rodeado de tumbas, era el cementerio, lo llevó hasta la mitad del campo santo, ahí estaba... El se detuvo y se fijó en una tumba, ¿dónde había oído ese nombre?, a su lado estaba el de una mujer? esos nombres, ya sabía quienes eran; era la tumba de ese hombre, ese hombre? el que había asesinado, de repente volteó y allí parada frente a él estaba la Sayona, la castigadora de hombres infieles; y las tumbas eran la de su esposo y su madre a quienes había matado pensando que eran amantes, -recordaba el pobre Javier-, mientras, aterrado veía el rostro de la Sayona que mostraba todo el horror que continuaría. La Sayona con un certero golpe asesinó a Javier, su cabeza giró y sus facciones distorsionadas por el dolor serían testigo de la maldición que la madre de ella, en medio de su agonía, habría profetizado ?Sayona serás para siempre y en nombre de Dios, que así sea.